Por
Anna Bay
PROLOGO
ANNUKARI I
“Cuerpos que caen. Humo que asciende. Y el olor flotando en el medio.”
Sonrío pensando a lo qué diría Tammir. Probablemente afirmaría, con su consabido sarcasmo, que podría ser el comienzo de una de mis estúpidas historietas y luego criticaría mi escasa vena poética. De todos modos siempre he creído que cada combate a muerte, cada enfrentamiento conlleve estos tres elementos: los cuerpos, el humo, el olor y precisamente en este orden. Es cómo por una receta y cuando falta tan sólo un ingrediente el resultado cambia. Ya sé que parece una tontería y que este sea el momento más inoportuno por extraviarme en trivialidades, pero mi caprichosa Reina me obliga a relatar el peligro al cuál me enfrento prácticamente a diario. Me ha confesado que de esta manera suavizo sus inquietudes, pero la obligación no me hace mejor escribano y pienso que se haya captado desde mis primeras lineas. Sin embrago tengo que reconocer que poner por escrito mis pensamientos empieza a procurarme un cierto desahogo. Puede que sea porque tampoco soy bueno a expresarme a viva voz, así qué la escritura, de forma insospechada, me proporciona un alivio que hasta ahora desconocía.
La guerra ha empezado hace ya tanto tiempo que ahora tampoco es “la guerra”. Simplemente se acepta cómo la situación en la cuál estamos viviendo, algo permanente a lo largo de nuestras cortas existencias y muy pocos piensan que sea posible una vida sin ella. Por absurdo que pueda parecer, sólo Tammir recuerda cómo era antes, pero él no es precisamente un tío normal y corriente.
De todas formas, esta no quiere ser la historia de una guerra. Yo no soy un historiador y tampoco estoy escribiendo un diario donde dejar rastro de mi tiempo, porque este tiempo, en el cuál me ha tocado vivir, y la sociedad, en la cuál tengo que manejarme, resultan tan aburridos en su constante rutina diaria cuanto crueles. No creo que valgan la pena de ser recordados.
A propósito de aburrido. Justo por evitar la trampa del escritor novato, yéndome por las ramas y alejándome del foco, quiero dejar claro desde el principio que nosotros somos los buenos y los otros los malos. Así de simple, sin cortes, sin exageración.
No se trata de qué nosotros estuviésemos aquí antes, que ellos vinieron únicamente por conquistar y aniquilar. No se trata de poderosos en busca de más poder y más riqueza, independientemente del tipo de poder y de riqueza. Y según mí tampoco se trata de alienígenas invasores, aunque pueda parecer en un principio.
Es una guerra que enfrenta dos razas, la nuestra y la de ellos, aparentemente inconciliables, pero con el supuesto mismo derecho de vivir en este planeta: Traxia.
Hace algo cómo 470 años ellos subieron a la superficie o, a segunda de la perspectiva, nosotros invadimos su espacio.
Se cuenta que durante una excavación en el subsuelo unos obreros se encontraron de repente con el vacío y acabaron por ser engullidos en lo qué se supuso una cueva subterránea gigantesca. Nunca se encontraron los cuerpos, porque en realidad allí abajo no había ninguna cueva, sino un mundo y fue todo un descubrimiento.
Profundamente escondido en el interior del planeta, existía un otro mundo, su mundo, diferente y desarrollado, con su sol también, su vegetación y su pueblo.
La teoría de los planetas huecos había estado hasta aquel entonces justo una teoría, pero cuando se hubo la prueba irrefutable, cuando la teoría fue comprobada, ya era tarde. Desde el agujero no salió nada bueno, no hace falta decirlo, y las expectativas de explotación de las reservas halladas, tan necesarias por el sustento de mi raza en un mundo que muere de forma inexorable, se esfumaron completamente cuando les encontramos.
Nadie se esperaba que Traxia sacase de sus entrañas hordas hambrientas de guerreros inmortales, infatigables y sedientos no de poder y de riqueza, según la expresión clásica, sino de lo qué nadie de nosotros habría podido siquiera imaginarse. Lo qué querían era nuestra sangre, la de todos, sin excepciones, y no se pararán hasta haberla conseguido. Tampoco esta es una expresión clásica.
Querrían y quieren el fluido “mágico” que corre por nuestras venas, porque por ellos somos alimento y también el camino hacia la “elevación”, hacia la conversión en “Osveten”, que en el idioma antiguo quiere decir “ser iluminado”.
La mayoría de mi gente piensa sencillamente que sea una estupidez. Yo no.
En toda mi vida no he hecho otra cosa que luchar en esta maldita guerra y cada vez que logramos capturar a uno de ellos, hago lo imposible por presenciar a los “interrogatorios”, o torturas cómo os apetezca llamarlos.
Los inferiores no sueltan prenda, hay qué reconocerlo, sobre todo cuando se trata de informaciones que nos resultarían muy valiosas y sin embargo, por lo qué concierne la “elevación”, parecen no tener reparo en compartir sus creencias. De consecuencia he podido hacerme una idea bastante clara de la compulsión de los Annukari hacia la sangre y he llegado a la conclusión que por ellos no se trate sólo de un alimento. Lo qué cazan es más bien la fuerza vital que sus víctimas traspasan al momento del desangramiento. Según tengo entendido la sangre contiene informaciones únicas, personales, siempre distintas y este parece ser el conocimiento que ellos buscan, el tesoro más apreciado.
Mi Reina, quizás pueda simplificarlo.
Digamos que decidiera de volcarme a leer todo lo qué pudiera encontrar sobre armas y municiones, una de mis aficiones más apreciadas y puede que la única.
Al final tendría un indudable dolor de cabeza a causa del esfuerzo, porque admito de no haber sido nunca un empollón, e igualmente algo se me pegaría, porque tampoco soy uno zoquete. De todas formas acabaría con más informaciones de las qué tengo ahora, pero ¿qué ocurriría si pudiera “beberme” alguien que no sólo conoce las armas, sino que sabe poner en práctica tantos conocimientos? Aún más, que tenga la experiencia de una entera vida. Y ¿si se pudiera sumar su eficiencia, su pericia, a todas las vidas qué ya me he cargado? Es lo qué yo llamo aprender en un santiamén y sin esfuerzo, todo lo contrario, con sumo gusto.
Es por este motivo hay que aprender de ellos a matar sin hesitación: cualquiera duda o demora permite a un guerrero Annukari asimilar lo qué somos. Me mataría antes que pudiera ocurrir, porque se qué la sangre de un muerto pierde de interés por ellos. Les envidio.
El aprendizaje a través de la sangre les hace más fuertes, más eficientes, trastorna sus capacidades, les eleva a un nivel superior y aquí me detengo. Está claro que les tengo respeto y no quisiera pasar por un trastornado o, peor aún, a un traidor. Amo a mi pueblo y estoy dispuesto a morir por mi Reina, pero soy soldado y cómo tal no puedo no reconocer la superioridad del enemigo al cuál nos enfrentamos.
No comprendo por qué no no quieran aniquilarnos. Habrían podido desde tiempo, porque nos superan en todo y también su tecnología es bastante más adelantada respecto a la nuestra. Si hubiesen querido, habrían podido borrarnos de un plumazo. En la academia estudié un poco de historia y se que cuando irrumpieron en nuestro mundo nos encontraron completamente desprevenidos: nuestra ignorancia sobre ellos era total. No hubo delegaciones diplomáticas, charlas y más charlas por concebir una clase de paz que nos permitiese la coexistencia, porque por ellos “paz” resulta ser un concepto desconocido. Además no teníamos nada de valor por intercambiar, algo que pudiera interesarles más qué la sangre.
Subieron a la superficie, nos atacaron sin más y siguen, desde cinco siglo, perpetrando una guerra sin sentido en lugar de matarnos una vez para todas. Me recuerda el macabro juego del depredador con su presa que he visto en los archivos históricos. No lo soporto y por esto afirmo que nosotros somos los buenos: somos los atacados, somos la presa indefensa.
Probablemente fue duro por aquellos que vivieron el cambio, el traspaso desde una vida sin guerra a una vida donde de repente, sólo había guerra. Imagino que también tuvo que ser duro por las generaciones siguientes que escucharon de sus padres, más tarde de sus abuelos y luego de los historiadores, el cuento de hada que tenía que haber sido la vida anterior a estos acontecimientos. Sin embargo yo y mi generación nos encontramos a unos cuanto cientos de años de aquel tiempo.
Mi vida es ahora, siempre he conocido sólo esto y lo qué tengo, en fin, me gusta.
Shan, capitán de los incursores de Iole y Campeón Real de Reina Serdica, qué me obliga a escribir estos informes.
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