II
IOLE
ЍОЛЕ
– “Mi Reina, ¿no estáis cansada de leer tanto?, ¿Qué es lo qué Os retiene en vuestras estancias? Hoy es un día esplendido para pasear por los jardines Reales.”
– “¡Tammir! ¿Desde cuánto tiempo estás aquí? No te he oído entrar. Siéntate por favor.”
Tammir era un híbrido y ya no quedaban muchos cómo él. Todos ellos eran el fruto de la gran experimentación genética que, desde el comienzo de la guerra, se había ido intensificando a lo largo de dos siglos. La mejoría de los soldados Tracios había mirado desde siempre a incrementar su eficiencia, su fuerza, la insensibilidad al dolor y al cansancio. Por docientos años el sector científico hizo creer que sus engendros fuesen la llave por la victoria, pero era un espejismo, porque la debilidad más grande de los Tracios fue siempre, y sigue siendo, la eterna juventud de los Annukari. No hay herida que permanezca en este enemigo, no envejece, mejora sumando experiencias, no olvida y asimila sin descanso. Por lo contrario los Tracios caen. Son perecederos y tanto sus hijos cómo las generaciones siguientes tienen que aprender a sobrevivir por su propia cuenta.
Tammir no era un soldado y no lo habría podido ser, pese a desearlo. Su envejecimiento era lento, casi imperceptible, tenía 278 años y un día cierto moriría, pero mucho después de todos sus contemporáneos, de sus hijos, nietos y tatara-tatara nietos…